Enhorabuena a nuestro socio Andrés por este su primer macho montés cazado de poder a poder. Os dejamos el relato que nos envía.
En las inmensidades de la Mancha, bajo el cielo de las sierras albaceteñas, tuvo lugar el lance. Allí estaba él, majestuoso y solemne, avanzando con un rebaño de unas doce hembras a su alrededor. Lo acompañaba otro macho, joven y con menos porte, pero el verdadero protagonista no era otro que el gran señor de la manada.
Les seguí a lo largo de tres barrancos, cada paso midiendo el terreno, cada sombra observando su comportamiento. Ellos, ajenos a mi presencia, continuaban su camino. La distancia, unos 270 metros, exigía una precisión impecable. En ese instante, un claro de unos pocos metros se abrió ante mí, una breve ventana de oportunidad que no podía desperdiciar. Sabía que si lo dejaba escapar ahora, tal vez no lo volvería a ver.
El macho, concentrado en una de las hembras, corría con los cuernos hacia atrás y la cabeza alzada, como si se dispusiera a dominar la naturaleza misma. Era un espectáculo de fuerza y elegancia en movimiento. Decidí apuntar hacia la hembra, esperando pacientemente, rifle en mano, a que el gran macho cruzara el punto exacto. No había margen de error.
En el momento exacto, el gatillo cedió bajo la presión de mi dedo y el disparo salió limpio, directo hacia el codillo. Lo vi encabritarse, como si quisiera desafiar el destino que le acababa de ser impuesto, y con un último esfuerzo desesperado, se lanzó al barranco. Desapareció de mi vista, dejándome un instante de incertidumbre.
Con paso firme, me dirigí hacia el lugar del impacto. La naturaleza guarda sus silencios, pero esta vez, el silencio era elocuente. A unos quince metros, allí estaba él, inerte, como si el barranco fuera su último refugio. El gran señor de la manada había caído. Y así, en las vastas tierras manchegas, bajo la mirada eterna de los montes, el lance concluyó, sellado por la serenidad del campo y la quietud de la muerte.
Este no era un tiro cualquiera, era un tributo a la astucia y a la paciencia del cazador, a la nobleza del animal y al duelo ancestral que ambos comparten en el corazón de la naturaleza.