Al final, como si el destino lo hubiera decidido, fue en un lugar especial donde todo sucedió. Mis hijos alcanzaron lo que tanto anhelaban, con esa chispa de emoción que sólo los cazadores más jóvenes pueden mostrar. Yo, en cambio, tuve que enfrentarme a la ironía del campo, fallando a un muflón y a un gamo de esos que ponen a prueba los sentidos. Al final, logré hacerme con un ejemplar hermoso, aunque sin llegar a ese ansiado bronce.
No puedo dejar de reconocer que este lugar tiene esa autenticidad que tan pocas veces se encuentra: una caza que es de verdad, en un terreno retador, donde los trofeos no se encuentran fácilmente. Y quizá ahí esté la magia, en saber que uno puede regresar a casa sin grandes trofeos, pero con el alma completa.
Lo más valioso fue, sin duda, haberlo compartido en familia. Agradezco enormemente al club esta oportunidad y el apoyo que nos brinda. Porque a veces la caza es solo la excusa para llevarse el mejor de los recuerdos.
Mil gracias por todo.