Desde que era una niña, me he visto atraída por los bosques, los campos abiertos y los sonidos de la naturaleza en su estado más puro. A medida que crecía, esa fascinación se convirtió en algo más profundo: una pasión por la caza. Sin embargo, mientras me adentro en el monte persiguiendo mi sueño, a menudo me encuentro reflexionando sobre el por qué de esta actividad.
¿Por qué cazo? Esta pregunta, planteada por amigos y familiares que no comparten mi afición, ha sido una constante en mi mente. ¿Es por la emoción de la caza misma, el desafío de acechar a mi presa y capturarla con astucia y habilidad? ¿O es por la conexión primal que siento con mis ancestros, aquellos que dependían de la caza para sobrevivir?
La respuesta, descubro, no es simple. La caza es mucho más que una simple actividad recreativa para mí; es una forma de conectarme con la naturaleza en su forma más pura. Cuando estoy en el monte, siento una calma que no encuentro en ningún otro lugar. Cada paso que doy entre los árboles centenarios, cada susurro del viento a través de las hojas, me sumerge en un estado de comunión con el entorno natural que pocas otras actividades pueden igualar.
Es en esos momentos de quietud en medio del cazadero cuando puedo desconectar del bullicio y el estrés de la vida cotidiana. La mente se aclara, los sentidos se agudizan y me encuentro completamente inmersa en el flujo de la naturaleza que me rodea. La caza se convierte en una danza sincronizada con el ritmo del entorno, donde cada movimiento, cada respiración, está en armonía.
Esta conexión íntima con la naturaleza va más allá de una simple apreciación estética. Es una sensación visceral de pertenencia, de formar parte de algo más grande y antiguo que mi existencia. Los bosques son testigos silenciosos de la vida en todas sus formas, desde los más pequeños insectos hasta los majestuosos ciervos que acechan entre las jaras. Al sumergirme en este mundo, me encuentro a mí misma parte de un ciclo infinito de vida y muerte, renovación y transformación.
En estos momentos de comunión con la naturaleza, la caza se convierte en una expresión de gratitud y respeto hacia el mundo que me rodea. Cada presa que acecho y capturo se convierte en un recordatorio del delicado equilibrio de la vida, y de mi papel como parte de esa ecología. La responsabilidad de tomar la vida de otro ser vivo se siente con cada latido del corazón, recordándome la fragilidad y la preciosidad de la existencia.
La caza para mí no es simplemente una actividad recreativa, sino una forma de conexión profunda con la naturaleza en su estado más puro. En los bosques, en la acampiña o en las altas sierras, encuentro una calma que no se puede encontrar en ningún otro lugar, y cada paso que doy me acerca más a la esencia misma de la existencia. La caza se convierte así en un acto de gratitud, respeto y comunión con el mundo que me rodea.
Beatriz Ruiz de Leceta.