Amanecía en la sierra, con esa paz solemne que solo el campo puede ofrecer. Descendimos del coche apenas rozaban los primeros rayos de luz, cuando, como si el paisaje nos hubiese tendido un tapiz de bienvenida, apareció un grupo de muflones en el horizonte. ¡La suerte del cazador! Pero no pasaron dos minutos cuando el torpe batir de alas de un par de palomos delató nuestra presencia, y los muflones, en un instante, se perdieron como una sombra entre los montes. Así empezaba nuestra jornada.
Nuestro guía, el legendario Rafa de Lentisco & Jara SC, hombre de sierra y querencias, nos llevó por los senderos más altos y secretos, explorando cada rincón en busca de nuestro trofeo. Durante el trayecto, los dioses de la caza nos regalaron avistamientos de jabalíes, venados y gamos de noble porte, como un desfile de la grandeza natural. Pero, aunque vimos de todo, nuestro escurridizo muflón se resistía a aparecer.
Decidimos hacer una pausa para almorzar y recargar energías, y cuando volvimos al campo, la magia de la tarde nos sorprendió: la finca bullía de vida. Los animales comenzaban a salir de sus encames, moviéndose por el terreno con naturalidad. Entonces, lo vimos. Majestuoso y desafiante, un gran muflón apareció a lo lejos. Rafa, que conoce el terreno como pocos, nos hizo un gesto. Nos llevó con paso firme y seguro hacia una loma estratégica, y allí, en el instante preciso, lo vimos de frente.
A doscientos metros nos miraba, estoico y con esa altivez que solo los grandes poseen. Montamos el trípode con un pulso firme, y justo en ese momento, se rompió. No obstante, nada nos iba a detener. Ajustamos la cruz en su pecho, el .243 rugió con precisión y nuestro objetivo cayó como un símbolo de la caza bien hecha.
Nuestro agradecimiento eterno a Rafa, un maestro de la sierra, y al Club Tierra de Caza, que convierte cada jornada en un auténtico arte. Porque en este club, señores, no cazamos, vivimos.
¡Enhorabuena, Mario González! Una gesta como esta es el orgullo de nuestro club.